Quizá el 25 de abril del año 1971, los pétalos de colores deslumbrantes en la piel árida de Velefique taladraron mis ojos recién abiertos, y allí quedaron como bisturí sin disciplina. Quizá en abril del año 2024, no hubo rastro de pétalos en nuestra piel de piedra y en mi cerebro se ha grabado también hasta la nuca. Tanto aquellas flores antiguas de la memoria como las aún no pensadas hacen poesía. Envidio a estos seres maravillosos, al árbol milenario que no soy, al micelio hermano de lo oculto, de lo oscuro, de aquello que nos ignora y nos hace ser frágiles como pompas en la espuma. Quizá existir es como un baile de mariposas simpáticas, asesinas.