Fernando Labordeta Blanco ha dicho en alguna ocasión que el, durante el proceso creativo, necesita música. En la primera parte de este poemario (Poesía) incluso se acota cuál ha sido la «banda sonora» desde la que han surgido estas primeras notas. Y es que, aun cuando no lo hubiera específicado, al leerlo es indudable palpar la presencia musical en su verso: la sonoridad, el ritmo, la cadencia de sus palabras, que a veces elevan la voz como los gritos y otras caen en ese silencio que te deja pensando y un poco cabizbajo. Es un verso el suyo que va tejiéndose,  poco a poco, como se garabatea en el cuaderno en sucio, con pequeñas notas que se engarzan hasta concluir en esas imágenes que se quedan instaladas en la cabeza como ideas sueltas que no nos abandonan en días.

Porque según el autor un cuaderno en sucio es aquel lugar donde nos damos sin saber. Es el papel donde anotamos ideas, esbozos y apuntes. Y se dan lugar si grupo. Este cuaderno sucio es el trastero del escritor.

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